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Como analista literario, es mi deber realizar una búsqueda exhaustiva en cualquier obra que decida reseñar para indagar sobre su estructura, la intención del autor, la ideología que presenta y muchos otros aspectos que brindarían una aportación a la interpretación de la novela. Sin embargo esta no es la intención en esta ocasión.
Leer el libro de Keila buscando aspectos literarios en mi opinión sería una equivocación; claro que es importante aclarar que su esquema discursivo en dos líneas narrativas simultáneas está bien logrado y el intercambio en el tiempo y el espacio que se realiza durante la trama mantiene despierto el interés del lector desde el inicio hasta el final.
No obstante, lo mejor de la obra yace en el tema central que aborda, ¿se puede reconstruir la vida después de que todos los sueños han sido destruidos? La autora retoma un aspecto universal en la vida del ser humano, pues es parte de la madurez enfrentar decepciones fuera de nuestro control, y es en el presente, un conflicto tan real como lo fue hace cuatrocientos años. Dos hombres y dos mujeres cuyas historias se unen por el hilo conductor de un bargueño, un mueble que guarda dentro de sí sus anhelos y sus tristezas. No podemos dejar de mencionar el interés histórico que nos ofrece del virreinato, vida, cortejo, entretenimiento y religión, especialmente sobre los jesuitas.
La narración envuelve a los lectores, es imposible dejar el libro hasta llegar al desenlace, cada una de sus páginas es una ventana hacia México, desde su formación hasta el día de hoy. Recomiendo la lectura de esta obra tanto por su calidad literaria como su profundidad, su mensaje remueve algo en el alma, desde que, todos nosotros, alguna vez vivimos algún sueño roto.
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