martes, 20 de julio de 2010

¡Qué final!

El domingo pasado, disfruté de un encuentro maravilloso: la final de la copa del mundo. Los oponentes fueron la selección holandesa contra la española. El partido estuvo cargado de intensidad y en la atmósfera se respiraba tensión. Ambos contendientes poseían el talento suficiente para conseguir el triunfo.

No hubo goles durante el tiempo reglamentario, pero sí muchas faltas por parte de Holanda, cuyos jugadores fueron traicionados por los nervios. El gol apareció en los últimos minutos del tiempo extra y fue una agradable sorpresa para la afición española, quien ya imaginaba que el campeón sería definido por una serie de penales.

Creo que lo mejor de este encuentro fue la actitud demostrada por los españoles, ellos no se inmutaron frente a las constantes amonestaciones de los holandeses (bueno, no mucho) y continuaron esforzándose para obtener lo que muchos consideraban imposible.

El tanto de Iniesta, fue emotivo en todos los aspectos. España sabía que había conseguido el triunfo; las lágrimas del capitán y portero Casillas, representaron el sudor y el esfuerzo que aquellos jóvenes invirtieron para alcanzar las estrellas. Se convirtieron en un ejemplo para todos los que luchas por obtener un sueño, aunque sea, en apariencia, imposible.

miércoles, 7 de julio de 2010

Lecciones del futbol

Creo que cada cuatro años sufro de una terrible enfermedad que no puedo —y quizás no deseo— evitar: la copa mundial de la FIFA.
Desde que tengo memoria la he disfrutado. El primer partido del que tengo memoria fue una final entre Italia y Brasil, no estoy segura en que año; recuerdo la emoción que impregna el encuentro, las personas observando expectantes a la acción en la cancha, la tensión que se vivió en el descenlace... Fue ahí donde me contagié.
Lo bueno es que esta fiebre sólo aparece cada cuatro años. En esta ocasión, no obstante, he contemplado ejemplos dignos de analizar por las actitudes que revelan en el carácter del ser humano, y de los que hablaré en entradas posteriores.
Estoy feliz —y triste a la vez— porque el domingo termina mi convalecencia. Tendré que esperar algunos años más.