Creo que cada cuatro años sufro de una terrible enfermedad que no puedo —y quizás no deseo— evitar: la copa mundial de la FIFA.
Desde que tengo memoria la he disfrutado. El primer partido del que tengo memoria fue una final entre Italia y Brasil, no estoy segura en que año; recuerdo la emoción que impregna el encuentro, las personas observando expectantes a la acción en la cancha, la tensión que se vivió en el descenlace... Fue ahí donde me contagié.
Lo bueno es que esta fiebre sólo aparece cada cuatro años. En esta ocasión, no obstante, he contemplado ejemplos dignos de analizar por las actitudes que revelan en el carácter del ser humano, y de los que hablaré en entradas posteriores.
Estoy feliz —y triste a la vez— porque el domingo termina mi convalecencia. Tendré que esperar algunos años más.
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