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A veces no lo entendemos, pero el tiempo de Dios no es el mismo que el nuestro. ¡Fácil decirlo! En la práctica no es tan sencillo tener paciencia, confiar en que Sus promesas van a cumplirse, que el Señor nunca nos defraudará.
En general, el ser humano moderno está habituado a la velocidad. En la antigüedad, un viajero tardaba meses, o incluso años, en atravesar distancias que hoy realizamos en 18 horas, como a Medio Oriente o Sudamérica. Vivimos apresurados, siempre atentos a lo que vendrá después.
No obstante, pienso que Dios permite que el tiempo disminuya su paso para que estemos más atentos a escuchar Su voz. A veces, en dicha espera, el tiempo duele, como si cada segundo arrancara un pedazo del corazón; pero es entonces cuando ponemos nuestra dependencia en el Señor y le permitimos actuar en nuestras vidas.
Dice en la Biblia que "Todo tiene su tiempo"(Eclesiastés 3:1). El tiempo de Dios es perfecto, aunque a nosotros nos cueste trabajo comprenderlo.
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