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sábado, 15 de enero de 2011

El cofre de madera


Hace mucho tiempo, en un reino lejano, vivió una princesa. Su padre, el rey, la amaba con intensidad, la cuidaba y la protegía de los muchos enemigos que buscaban dañarla. Ella moraba en un palacio donde la felicidad y la paz reinaban, aunque el reino enfrentara luchas contra sus adversarios.

Un día, mientras la princesa descansaba en los jardines reales, una serpiente se acercó y le mostró una imagen en el agua de la fuente. Era el rostro desvanecido de un joven cuyo reflejo despertó un sentimiento desconocido en el corazón de la princesa. La serpiente le dijo que para conocerlo, debía alejarse de su padre; no mucho, sólo fuera del palacio.

Con muchas dudas, la princesa decidió seguir a la serpiente, se dijo: Sólo afuera del castillo. Al salir de la muralla la serpiente le mostró la imagen, mientras ella la observaba, capturó el corazón de la joven y lo envolvió en la oscuridad de un cofre de madera. La princesa, asustada, aunque sin percibir la pérdida de su corazón, regresó al castillo; no obstante no era la misma. La serpiente se ocultó cerca de la princesa, aunque ella no volvió a verla.

Pasaron los años, la princesa aparentaba vivir en la misma felicidad de antes, pero en su interior sabía que algo faltaba. Moría poco a poco, quienes la rodeaban no se explicaban su falta de brillo. La serpiente la había engañado, la joven ya había descubierto que el reflejo en el agua era una simple fantasía.

Cuando la esperanza casi se extinguía del alma de la princesa, un joven príncipe llegó al reino. Fueron presentados y, cuando la conoció, percibió la falta de su corazón a través de su mirada. También vislumbró a la serpiente que perseguía a la princesa, la buscó y, al hallarla, le dio muerte. Recuperó el cofre de madera y fue a ofrecérselo a la princesa.

Aunque ella no confiaba en nadie, una mirada bastó para remover el espacio vacío en su alma. El príncipe le devolvió su corazón, y la princesa, en vez de tomarlo para sí, lo entregó a su padre para que lo cuidase. Debido a esta actitud, el rey le dio un obsequio, una estrella en una caja de cristal, un lucero llamado Amor.

Cuando el príncipe se acercó a ella, la estrella brilló con todo su esplendor y el rey, que guardaba el corazón de la princesa, permitió que contrajeran matrimonio. Como el rey los cuidaba, ambos gozaron de paz y felicidad todos los años de su vida.

jueves, 6 de enero de 2011

Soneto 116 - Shakespeare (Traducción libre)

Ante la unión de almas fieles, no admitaís
impedimentos. No es amor el amor
que al percibir un cambio, cambia
o que obliga al distanciado a distanciarse.

¡Oh no! Es un faro inamovible
que no se estremece ante las tempestades
Es la estrella que guía una nave a la deriva,
de un valor ignorado, aún sabiendo su altura.

No es el juguete del Tiempo, aún si rosados labios
o mejillas alcanza, el compás del Tiempo,
ni se altera con horas o semanas fugaces
más aguanta y permanece hasta el último abismo.

Si es error lo que digo, y en mí se puede probar
decid, que nunca he escrito, ni el hombre ha amado jamás.

lunes, 27 de diciembre de 2010

¿Existe el amor?

En la actualidad poco se habla del amor. Quiero decir, del amor verdadero. En la televisión y el cine se muestra un amor pasajero, lleno de ilusión. Se habla de traiciones y pérdidas, o se introduce la idea de un amor físico, sin ningún vínculo real con otro ser humano.

El amor, no obstante, va mucho más allá de un sentimiento efímero o de una pasión física. El amor es un regalo de Dios para el ser humano. El verdadero amor comienza en Él. Ese amor capaz de sacrificarse por el bien del otro, sólo el Señor puede otorgar algo tan sublime.

El amor trasciende a las circunstancias y supera los obstáculos. El amor es una llama que arde a pesar de las tempestades. El tiempo no lo apaga. Dice en la Biblia que "el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor... tood lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Corintios 13:4-8)

Y es por esta razón que un mundo egoísta, no conoce el amor verdadero. Para conocerlo, tenemos que acercarnos a Dios y, al aprenderlo de Él, podremos reflejarlo a los demás.